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Part I

Mapeo de los obstáculos de las mujeres a la justicia criminal

Introducción
El crítico rol del sistema de justicia criminal para detener la violencia contra las mujeres
El problema: Negación sistemática de protección y justicia a las mujeres
Seis principales obstáculos a la protección y la justicia igualitarias para las mujeres
 

1.

Una casi absoluta discrecionalidad policial y de prosecución
2. Sexismo y racismo institucionalizados
3. Ausencia de mecanismos sociales para controlar al sistema de justicia criminal
4. Cooptación de defensoras y defensores de víctimas y de los centros de atención a la crisis por violación y violencia doméstica
5. Invisibilidad de la denegación de protección y justicia igualitarias
6. El error de ignorar los poderes del fiscal de distrito

Introducción

Si estás buscando sugerencias e información específicas para abogar en el caso de una víctima, salta esta sección por ahora, regresa al índice y encuentra la sección que mejor se aplique a tu caso. La sección que sigue aquí es más un análisis o, quizás mejor dicho, una descripción detallada de los enormes obstáculos que todavía bloquean el camino de las mujeres hacia la justicia igualitaria en el sistema de justicia criminal.

No te desalientes al leer esto. Por muy abrumadores que puedan ser los pormenores, nuestra esperanza es que, en lugar de desesperarte, empieces a reunir la cantidad justa de energía que se requiere para eliminar estos obstáculos del camino de una vez por todas y abrir un sendero hacia la justicia igualitaria para las mujeres, una deuda pendiente durante ya muchísimo tiempo.

El crítico rol del sistema de justicia criminal para detener la violencia contra las mujeres

Una implementación integral, efectiva y no discriminatoria de los poderes del sistema de justicia criminal es esencial para poner fin a la violencia contra las mujeres, tanto para liberar a las mujeres individuales como para acabar con la epidemia mundial de violencia contra ellas.

Es indudable que todos los segmentos de la sociedad deben llevar a cabo profundos cambios para que la violencia contra las mujeres sea eliminada. Sin embargo, una vez que ocurre la violencia o se dan amenazas de ésta, el sistema de justicia criminal es el único sector de la sociedad que tiene el poder y la autoridad para intervenir y detener tal violencia. Este sistema, por sí mismo, está investido del poder y la autoridad para aplicar las leyes contra la violencia, llevar a cabo una investigación criminal, arrestar y detener a un perpetrador y brindar justicia para ofensas criminales. Si el sistema de justicia criminal no hace su trabajo a cabalidad a fin de poner al perpetrador bajo control, estos casos pueden pasar interminablemente por todos los canales del trabajo social. Es muy probable que el perpetrador simplemente regrese a acabar con cualquier nivel de paz y equilibrio que tú y la víctima hayan podido establecer en la vida de ella.

La crucial importancia del sistema de justicia criminal para detener la violencia contra las mujeres puede ser ilustrada tanto en lo positivo como en lo negativo. En el lado positivo, varias jurisdicciones diversas en el país, que han implementado una respuesta consistente, agresiva y moderna de la justicia criminal a la violencia doméstica, han sido capaces de reducir sus tasas de homicidios por este tipo de violencia en más del 60 por ciento en apenas algunos años. Si la violencia doméstica fuera una enfermedad, esta drástica reducción de las muertes sería considerada una cura milagrosa.

Quizás recuerdes una serie de estudios de finales de los años ochenta, los cuales revelaron que el arresto de los perpetradores tenía como resultado sólo una mínima reducción de la violencia que ocurriera en el futuro en la relación. Estos estudios aún son utilizados para argumentar en contra de la necesidad de una firme respuesta del sistema de justicia criminal. Por ello es importante ser conscientes de una falla fundamental, no en los estudios mismos, sino en las condiciones al momento de ser realizados. El sistema que operaba en aquellos tiempos consistía primordialmente en arrestos y nada más; entonces no estaban vigentes las cruciales investigaciones y prosecuciones de seguimiento de los casos. Era como tratar de hacer que un avión volara con una sola ala. No es difícil deducir que si los perpetradores únicamente son arrestados y detenidos durante un par de días y luego se les deja ir sin un seguimiento, es muy probable que serán aún más peligrosos para las víctimas.

No fue sino hasta principios de los años noventa que unas pocas jurisdicciones, notablemente San Diego (California) y Quincy (Massachusetts), empezaron la liderar un enfoque moderno e integral de las fuerzas de seguridad a la violencia doméstica. Además de la política a favor del arresto, este nuevo enfoque incluyó una completa investigación policial con miras a la prosecución; seguimiento a la prosecución; política de no sacar al perpetrador del proceso de justicia criminal (es decir, no ofrecerle consejería o tratamiento en lugar de hacerlo pasar por el proceso criminal); política de no desechar el caso (el fiscal no puede descartarlo sólo porque la víctima tenga demasiado temor a testificar), así como apoyo a las víctimas y un intensificado monitorio de la liberad condicional y/o seguimiento correccional. Fue sólo cuando se aplicó a la violencia doméstica esta respuesta completa de todo el espectro de la justicia criminal que tuvieron lugar las inmediatas y dramáticas reducciones de los homicidios relacionados con violencia doméstica en esas ciudades pioneras. Estos resultados positivos e impactantes han sido ahora reproducidos con éxito en varias otras jurisdicciones a lo largo de los Estados Unidos.

Ningún otro enfoque a la violencia doméstica -ni los programas educativos, los basados en terapia o la práctica de sacar al perpetrador del proceso de justicia criminal- ha demostrado una efectividad y un impacto que siquiera se acerquen al éxito obtenido por la implementación de una respuesta integral de la justicia criminal. De hecho, los estudios de remedios a la violencia doméstica que no parten de la justicia criminal muestran repetidamente su ineficacia en hacer posible una significativa reducción de los niveles de violencia.

Dados los comprobados e inequívocos beneficios de una respuesta completa de la justicia criminal, es triste que, aún en la actualidad, la crucial importancia de una buena respuesta del sistema todavía tenga que manifestarse con más frecuencia en lo negativo.

En el lado negativo, las consecuencias de la incapacidad de las fuerzas de seguridad para implementar sus poderes a favor de las mujeres son demasiado evidentes cuando se rastrean historias de dichas fuerzas que condujeron a homicidios relacionados con violencia doméstica. Lo que se encuentra en un caso tras otro en los que las mujeres fueron asesinadas por sus compañeros íntimos es la historia de la grosera incapacidad de las fuerzas de seguridad para responder en forma apropiada a los pedidos de ayuda previos de las víctimas. Investigaciones inconclusas, prejuicios de los oficiales acerca de las mujeres, desprecio hacia las víctimas, prosecución inadecuada, sentencias que no corresponden a la brutalidad de los crímenes, un seguimiento descuidado y una general desconsideración de parte del sistema... todo ello ha pavimentado el camino de un homicidio tras otro relacionado con violencia doméstica. La descuidada respuesta de las fuerzas de seguridad envalentona a los perpetradores, sume a las mujeres en la desesperación y conduce a una cantidad incalculable de daños severos y muertes de mujeres.

La Revisión de Fatalidades por Violencia Doméstica del Estado de Washington realizada en el año 2002 aptamente califica como "el absurdo procesamiento de casos" esta respuesta tan común e inadecuada de las fuerzas de seguridad a la violencia doméstica. Con demasiada frecuencia, en lugar de implementar sus poderes a favor de las víctimas, los oficiales de la justicia criminal han sido hallados responsables de trasladar descuidadamente los casos de uno al siguiente. En realidad, los perpetradores nunca fueron responsabilizados, pese a las múltiples rondas a través del sistema, y todo ello tuvo como consecuencia las muertes de las mujeres.

Cuando el sistema de justicia criminal retiene sus poderes al no ponerlos a disposición de las víctimas de violación y violencia doméstica, lo que hace es dar más poder a los perpetradores y, de hecho, incrementar el peligro para las víctimas. Los perpetradores se sienten envalentonados por la inmensa autoridad que se encuentra detrás de esa actitud del sistema que dice claramente que a éste todo le importa un comino. Ellos perciben que se les ha dado luz verde para seguir adelante con la violencia o aumentarla. En realidad, una vez que las fuerzas de seguridad han respondido con tanto descuido, no es extraño que los perpetradores invoquen la autoridad de esas fuerzas para aterrorizar a las víctimas. "Adelante, llama al alguacil", le decía Avelino Macías a Teresa, la esposa de quien estaba separado. "El alguacil me protege más a mí que a ti".

La víctima, por su lado, se ve peligrosamente debilitada y es lanzada a la desesperación por la denegación de ayuda de parte del sistema. Justo en el momento en que ella toma el gran riesgo de exponer su intención de confrontar al perpetrador llamando a las fuerzas de seguridad, es traicionada por la inadecuada respuesta de éstas enfrente del perpetrador. "En lugar de ayudarme", le dijo Teresa a su madre respecto a las respuestas de las autoridades a sus llamados de ayuda, "me hundieron aún más". Al igual que muchas otras víctimas de homicidio por violencia doméstica, Teresa había sido llevada a una desesperación tan profunda por la repetida desconsideración de la oficina del alguacil a sus más de 25 llamados de ayuda, que había desistido de llamar más veces para pedir auxilio en las semanas antes de que Avelino la acechara y ejecutara. (Ver "Las mujeres no tienen por qué morir" )

Tampoco tenemos que limitar nuestras observaciones a los homicidios relacionados con violencia doméstica para observar el daño de la desconsideración de las fuerzas de seguridad hacia la violencia contra las mujeres. Lo mismo puede apreciarse en las historias de las fuerzas de seguridad de tantos casos en que ha habido daños graves. O en casos de violadores en serie o abusadores sexuales de niñas y niños en serie. Si desengavetamos las historias de estos casos de felonía, casi siempre encontraremos también en ellas una trayectoria de desconsideración de las fuerzas de seguridad hacia un previo menor nivel de violencia del perpetrador contra mujeres, niñas y niños.

Dado el mayor peligro para las mujeres que provoca la denegación de protección y justicia por parte de los oficiales, debería quedar claro que cualquier agente de policía o fiscal que de rutina, en el curso de su carrera o aun en el transcurso de un año, maneje inadecuadamente la violencia contra las mujeres, es más peligroso para ellas que un centenar de golpeadores y violadores.

Más aún, si vemos la historia de las fuerzas de seguridad en casos de asesinos en serie y de masas, también con frecuencia encontraremos ahí una trayectoria de respuestas inadecuadas de esas fuerzas a la violencia previa del perpetrador contra mujeres. Un caso actual en las noticias es el de John Muhammad, el francotirador cuyos asesinatos en el otoño del 2002 mantuvieron aterrorizada a la población de Washington DC durante semanas. Por sus actos murieron 13 personas muertas y cinco quedaron heridas.

En los dos años anteriores a esos eventos, al menos tres agencias de policía -los departamentos de Policía de Tacoma y de Bellingham y el Departamento del Alguacil del área- habían sido incapaces de responder de manera apropiada a los crímenes de violencia doméstica de Muhammad contra su esposa e hijos y contra la madre de Jahn Malvo, el adolescente cómplice de Muhammad en los asesinatos del otoño del 2002. Esas agencias no arrestaron a Muhammad ni una sola vez; tampoco obtuvieron una orden de arresto por tales crímenes. Esto, pese a que el perpetrador había secuestrado a sus hijos y los había ocultado de su esposa durante más de un año, además de haber proferido amenazas de muerte que fueron escuchadas por testigos creíbles, y también a pesar de que las fuerzas de seguridad estaban en contacto con Muhammad y contaban con numerosas evidencias para probar esos crímenes.

A modo de reflexión acerca de la mentalidad de la policía de Tacoma, vale la pena señalar que en ese mismo periodo de tiempo ésta había obtenido una orden de arresto contra Muhammad, pero dicha orden no tenía nada que ver con violencia doméstica. El Departamento de Policía de Tacoma obtuvo la orden de arresto porque Muhammad había robado carne por un valor de $27 en una tienda de la localidad. La policía de Tacoma emprendió una acción más fuerte por la pérdida de $27 del propietario de la tienda que a favor de la esposa de Muhammad, inclusive cuando éste secuestró a sus hijos y los ocultó de ella durante más de un año.

También cabe destacar que, en abril del 2003, el jefe Brame de la policía de Tacoma le disparó y asesinó a su propia esposa enfrente de sus dos hijos.

La falacia de evadir el sistema de justicia criminal. Si eres una defensora o defensor de víctimas que está leyendo esto, podría parecerte absurdo que insistamos en que la respuesta del sistema de justicia criminal es esencial para detener la violencia contra las mujeres. Sin embargo, hay muchas mujeres en el movimiento contra la violencia hacia las mujeres que se sienten tan disgustadas por el sexismo, el racismo y todos los demás abusos de poder por parte del sistema, que desesperadamente están buscando formas de evadirlo por completo. Ellas señalan no sólo el manejo inapropiado de la violencia contra las mujeres por parte del sistema, sino también las persistentes violaciones de éste a los derechos de los acusados, en especial los abusos contra acusados de color. Y sus argumentos son válidos, sin lugar a dudas. El sistema de justicia criminal, quizás más que cualquier otra entidad pública, abusa de sus poderes en una forma altamente discriminatoria y, de hecho, con frecuencia utiliza activamente sus inmensos poderes para reforzar las desigualdades y las injusticias existentes en el orden social.

Aun así, desviar las energías de las mujeres para alejarlas del sistema de justicia criminal sería tan absurdo como aconsejarle a una comunidad minoritaria que no llame a los bomberos porque el actual cuerpo de bomberos responde en maneras racistas. ¿Cuál solución alternativa podríamos crear que ofrezca una respuesta efectiva a la una de la mañana, cuando una mujer tiene un cuchillo empuñado contra su cuello? ¿Quién va a investigar cuando el perpetrador diga que ella inició la pelea y él sólo actuaba en defensa propia? ¿Quién invertirá en el equipo, la capacitación y los salarios que se requieren para responder a millones de estos casos? Y si el perpetrador promete mantenerse alejado de la casa, ¿con qué autoridad vamos a detenerlo cuando rompa su promesa?

Y por puro deseo de argüir, si creáramos tal sistema, ¿existe alguna duda de que el actual sistema de las fuerzas de seguridad no se quedará cruzado de brazos? Por supuesto, las fuerzas de seguridad empezarían a arrestar a integrantes de nuestro sistema alternativo en el momento mismo en que nos movilizáramos para restringir la libertad de un perpetrador. ¿No nos lleva esto inevitablemente de vuelta a la confrontación con el actual sistema de justicia que, para empezar, queríamos evadir?

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Les pediremos a los millones de mujeres que ahora llaman a la policía para obtener seguridad que renuncien a su vivienda y vayan a un albergue? ¿También a sus hijas e hijos? ¿Y por cuánto tiempo? Además, ¿permitiremos que los perpetradores violentos anden sueltos? ¿Para que encuentren más víctimas?

¿Y qué hay de la justicia? ¿Vamos a decir, "bueno, a esa mujer le habrán dado una soberana golpiza, pero mientras esté segura, no necesita justicia"? ¿Diremos que primero debemos poner fin a todos los abusos del sistema de justicia contra un hombre acusado, antes que exigir justicia para las mujeres? ¿O creamos un sistema de justicia alternativo así como un sistema alternativo de respuesta inmediata?

¿O bien, para empezar, vamos a prevenir que esta violencia ocurra? ¿Con educación? ¿Y cuántas mujeres dejaremos morir antes de que la educación preventiva se arraigue y tenga éxito? Y ya que la mayoría de varones adolescentes ejercen la violencia después de crecer en hogares violentos, ¿acaso no es detener la actual violencia contra las mujeres la primera prioridad de cualquier programa de prevención exitoso? ¿No nos lleva eso de vuelta al dilema original? ¿Quién va a intervenir para detener la actual violencia que hoy en día está devastando las vidas de millones de mujeres? ¿Qué bien hace decirles a los niños y las niñas que no jueguen con fósforos cuando hay un salvaje incendio a su alrededor y los bomberos no se mueven?

Toma apenas algunos minutos de reflexión darnos cuenta que, cuando se trata de intervenir en la rampante violencia contra las mujeres que existe en la actualidad, el sistema de justicia criminal, que está exclusivamente autorizado y facultado por el estado, es tan crucial e irreemplazable como lo es el cuerpo de bomberos para combatir incendios. Pero vale la pena hacer el ejercicio mental aun cuando sólo sea para desterrar de una vez por todas la tentación de renunciar a tratar con el sistema de justicia criminal. Es cierto que este sistema está permeado de abusos. Y también lo es que tales abusos pueden fácilmente poner en peligro a las víctimas y revictimizarlas, así como victimizar a los acusados. Pero ésta es una razón más por la que necesitamos encarar de frente al sistema para transformarlo en uno que responda de manera adecuada, equitativa y pareja.

 

 

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Traduccion por Laura E. Asturias / Guatemala

 

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