Diario
Siglo Veintiuno (Guatemala), 15-IX-2001
La tragedia en Estados Unidos el 11 de septiembre, como
ocurre con tantos sucesos relacionados con la gran potencia
global, oscurece múltiples realidades nacionales alrededor
del mundo. Ese enfoque hacia fuera sin duda beneficia a funcionarios
hartos de verse constantemente señalados por los medios en
sus países.
En nuestros periódicos
pierde relevancia lo local, mientras crecen los justificados
temores acerca de lo que hará el rey de la selva, ahora que
le han machucado con saña los testículos. Y no me mal entiendan:
nadie en su sano juicio y con un mínimo de sensibilidad podría
dejar de compadecerse del profundo dolor que hoy embarga al
pueblo estadounidense. Pero habría que poner las cosas en
una saludable perspectiva, porque esa tragedia no surgió de
la nada.
Con el pueblo de
Estados Unidos hay que solidarizarse porque, como se ha visto,
también es víctima de su propio gobierno, y lo seguirá siendo
especialmente del actual (una historia muy conocida en nuestro
ámbito). Pero yo recuerdo que hace no muchos años este pueblo,
el guatemalteco, sufrió la paranoia anticomunista de varios
gobiernos estadounidenses. Guatemala aún no se recupera de
ello, y para las personas que sobrevivieron las matanzas de
militares locales financiados y armados por Estados Unidos
y entrenados en la Escuela de las Américas, personas obligadas
a huir del exterminio castrense, personas tan inocentes como
las que ocupaban las torres gemelas en Nueva York, a estas
alturas todavía no hay resarcimiento ni reparaciones.
Es cierto: el terrorismo
es atroz y debe ser condenado dondequiera que ocurra. Pero
los criminales que lo perpetran no están sólo del otro lado
del Atlántico. Si "criminales de guerra" son aquéllos que
cometen una barbarie inaceptable aun en tiempos de guerra,
vale decir que son muchos los funcionarios estadounidenses
así señalados, entre ellos el actual secretario de Estado,
Colin Powell, por su liderazgo en los ataques a Panamá e Irak,
y el ex presidente Bush por la matanza de miles de civiles
de esos países; William Clinton por 78 días y noches de bombardeos
contra civiles en Yugoslavia y también en Somalia, Bosnia,
Sudán y Afganistán; Ronald Reagan por ataques a El Salvador,
Nicaragua, Guatemala, Grenada y Libia; Gerald Ford por aprobar
el genocidio en Timor del Este. También Richard Nixon, Wesley
Clark, Norman Schwarzkopf, Elliot Abrams, Casper Weinberger,
Oliver North, Henry Kissinger y tantos más, todos funcionarios
de alto nivel que han apoyado, armado, asesorado y hasta instalado
a los que han cometido atrocidades contra su propio pueblo.
Hoy el talibán,
gobierno fundamentalista de Afganistán, pasa a las primeras
planas mundiales, sospechoso de albergar en ese suelo a Osama
bin Laden, presunto autor intelectual de las masacres en Estados
Unidos, pero no se le condena por mantener bajo arresto domiciliario
permanente a todas las mujeres afganas. Ese terrorismo no
recibe escarnio alguno.
Una de nuestras
realidades opacadas por la destrucción humana y material en
Estados Unidos fue el undécimo aniversario, ese mismo día,
del asesinato de Myrna Mack. Antropóloga comprometida con
las personas menos afortunadas, ella fue una de tantas víctimas
de esa paranoia anticomunista alimentada en Guatemala por
mandatos extranjeros. El próximo 10 de octubre irán a juicio
tres militares acusados de ser los autores intelectuales del
crimen: Juan Valencia Osorio, Juan Oliva Carrera y Edgar Godoy
Gaitán.
Un proceso plagado
de amenazas a funcionarios públicos, corrupción, atrasos,
exilio de testigos y hasta la muerte de un investigador policial,
porque también aquí hay muchos que deben proteger sus "partes
vulnerables". Y aun así, pese a los once años transcurridos
desde su muerte, Myrna Mack está hoy más viva que nunca en
la conciencia de quienes buscamos la justicia y la paz.
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