Desde que
publicamos nuestra historia acerca de Haille, por lo menos otras tres
mujeres jóvenes en nuestra área han sido víctimas
de asesinato relacionado con violencia doméstica o intento
de asesinato.
* El 12 de noviembre
del 2005, Brittany Nicole Syfert, una joven de 19 años de
Ukiah, fue baleada y asesinada por su novio - porque ella estaba
hablando con otro hombre. A Caleb Flitcroft, de 27 años,
se le acusó de la muerte de Brittany.
* El 11 de enero del
2006, a una joven de 18 años de Gualala le disparó
en el pecho el hombre con quien había estado viviendo. Esto
ocurrió el día después de que ella lo dejó.
Desde entonces, Jack 'Bo' Frank, de 46 años, se ha declarado
'nolo contendere'; es decir, no ha admitido culpabilidad ni ha refutado
las imputaciones en su contra.
* El 12 de febrero del
2006, una joven de 18 años fue acuchillada en la garganta
por su novio cuando ella le dijo que iba a dejarlo. A Benjamin Greenlee,
también de 18 años, se le ha ordenado enfrentarse
a un juicio bajo el cargo de intento de asesinato.
Es imposible afirmar
si estos mortales ataques son parte de una tendencia o simplemente
una serie de eventos fortuitos. No ha sido sino hasta recientemente
que la violencia doméstica contra mujeres adolescentes se
ha convertido en tópico de estudio. En realidad no importa
si es una tendencia o mero azar. Este brote de violencia asesina
contra mujeres jóvenes de nuestra comunidad es, por sí
mismo, suficiente para llamar nuestra atención. Cuando menos,
sí subraya las duras lecciones que nos ha dejado la historia
de Haille: que la violencia masculina contra mujeres jóvenes
permanece oculta, sin ser examinada, sin remedios, alimentada por
el sexismo. Es también una problemática que en buena
medida se deja en manos de las jóvenes para que ellas la
resuelvan por su propia cuenta. Y es letal.
Estos eventos destacan,
además, las pocas estadísticas nacionales que sí
tenemos, las cuales verifican la concentración de la violencia
masculina contra las mujeres jóvenes; estadísticas
que, sin embargo, no han penetrado por completo en la conciencia
pública, y mucho menos empezado a incidir en las políticas
públicas. De acuerdo a estadísticas recientes del
Departamento de Justicia de los Estados Unidos, el rango de edad
en que se observa la tasa más elevada de victimización
a través de violencia doméstica en este país
es entre los 16 y 24 años. De manera similar, el rango de
edad que presenta la tasa más alta de victimización
por medio de violación sexual es también entre los
16 y 24 años. Vistas en conjunto, estas estadísticas
nos llaman a reenfocar nuestros conocimientos y estrategias con
el propósito de poner fin a ese tipo de violencia.
Una observación
obvia es que el centro de gravedad de la violencia masculina contra
las mujeres se enfoca en las jóvenes, justo cuando que ellas
están dando sus primeros pasos independientes en el mundo.
De hecho, al igual que con las mujeres aquí destacadas, incluida
la historia de Haille, estos mortales ataques son a menudo una respuesta
directa al hecho de que las jóvenes estén ejerciendo
esa independencia en sus relaciones con los hombres.
Esas jóvenes no
son atacadas por conducirse como mujeres vulnerables, débiles
o renuentes a ser asertivas. Todo lo contrario. Están siendo
asesinadas, estranguladas, acuchilladas y baleadas porque se atreven
a ejercer derechos fundamentales en sus relaciones con los hombres.
Se trata de un tipo de
violencia que transmite un mensaje brutalmente represivo a toda
una generación de jóvenes que confían en sí
mismas, crecieron creyendo que el 'Grrrl Power' (el poder de las
chicas) es real y se comportan de acuerdo a esa convicción.
A diferencia de otras generaciones de mujeres en el pasado, ellas
no cuestionan sus derechos y no camuflan su determinación
de levantarse y dejar a un hombre que es abusivo, ni de irse simplemente
porque así lo desean. Y dentro de una relación esas
jóvenes vienen, van y hablan con cualquier persona que quieran
- derechos que asumen suyos de la misma forma en que los hombres
con quienes ellas están los ejercen como propios.
Sin embargo, conforme
asumen sus libertades, estas jóvenes mujeres chocan con un
mundo en el que existen demasiados hombres que no han cambiado un
ápice. Éste es el tipo de violencia que, a menos que
le pongamos fin, amenaza con detener a las jóvenes que confían
en sí mismas y frenar sus avances. Podríamos perderlas,
como también las importantes contribuciones que ellas pudieran
hacer.
Historia
de Marsha
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En la audiencia
preliminar a mediados de marzo del 2006, Marsha (nombre ficticio)
sube al estrado sin vacilar ni dejarse intimidar por el cargado
ambiente, en la sala de la corte, de un caso de intento de
asesinato. Su serenidad es impresionante si se toma en cuenta
que apenas unas semanas antes había sido dejada durante
la noche, desangrándose a causa de heridas en la cabeza
y el cuello, sobre la franja de concreto entre la Autopista
101 y la Calzada River. Y es aún más impactante
porque ella tiene apenas 18 años.
Marsha no titubea
cuando el fiscal le pide que cuente los detalles del ataque.
En su relato es directa, expresiva e inteligente. No se disuelve
en llanto, no baja la cabeza ni constriñe su voz con
deferencia o vergüenza. Y es plenamente consciente de
la gravedad del ataque y del efecto de éste sobre ella.
El acusado, que
había sido su novio, está sentado a sólo
algunos metros de Marsha. La última vez que lo vio,
él la estaba dejando para que muriera en la oscuridad.
Los ojos de ambos se encuentran una y otra vez. Ella nunca
mira hacia otro lado. Sus ojos atrapan los de él con
todo el firme peso de la corte que la rodea.
Al final de la
audiencia, el juez le ordena al acusado responder en un juicio
al cargo de intento de asesinato. Marsha sonríe, pero
a nadie en particular. Simplemente parece complacida consigo
mismo y con el trabajo que ha hecho. No podemos sino preguntarnos:
¿En qué momento ocurrió esto de que las
mujeres jóvenes por fin comprendieron que esta corte
es suya y que su verdad es el mallo que esgrimen?
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Existen tantas fuerzas
sociales que apoyan la violencia contra las jóvenes, como
también tantas personas con poder que son cómplices
de ésta y miran a otro lado. Hay tanto que debe cambiar.
Y, sin embargo, basta con iniciar una discusión sobre los
remedios a tales situaciones para ver que las respuestas raras veces
van más allá de un tren de pensamiento único,
fuerte e inflexible.
"A estas jóvenes
debemos enseñarles que se alejen de esos hombres". Pero
eso es lo que ellas estaban haciendo cuando fueron atacadas. "Estas
jóvenes necesitan reconocer las señales de alarma".
¿Cómo podemos esperar que ellas identifiquen a los
hombres que asesinan, si ni siquiera los docentes, las autoridades,
el clero y todo el tejido social adulto han conseguido hacerlo?
"Estas jóvenes deben ser más cuidadosas respecto
a dónde van". Pero restringir los movimientos de las
chicas nunca ha hecho una sola diferencia en esta violencia. ¿Y
acaso no es ésa la función de la violencia: restringir
la libertad de ellas?
"Estas jóvenes
deben pedir ayuda cuando están en problemas". ¿Y
con ello arriesgarse a que las culpabilicen, a que no les crean,
o a terminar enfrentándose a un mayor peligro? "Estas
chicas deben pronunciarse". ¿Aun cuando hasta los medios
de comunicación las entierran bajo un manto de silencio?
"Estas jóvenes deben comprender cómo es que pueden
provocar la cólera de un hombre". Pero ¿acaso
no hablamos en serio cuando decimos que no es culpa de ellas?
Y así va la lista:
una interminable retahíla de advertencias, alertas, instrucciones,
sermones y las tantas recomendaciones de 'cuida tus pasos' para
las jóvenes, hasta que sientes un deseo imperioso de gritar
lo que debería ser obvio: es la conducta de los hombres lo
que debe cambiar, no la de las mujeres. Son nuestras escuelas, nuestros
vecindarios, la policía, los fiscales, los medios de comunicación,
el clero y las personas adultas mayores quienes tienen las principales
responsabilidades de hacer que este mundo sea seguro para las niñas
y las jóvenes.
Entonces, la próxima
vez que surja el tema, trata de dirigirlo a hablar sobre las formas
en que debe cambiar el comportamiento de los hombres y las maneras
en que la sociedad debe controlar la conducta masculina violenta
para proteger a las niñas y las jóvenes. Intenta llevar
a cabo la discusión sin repetir lo que las chicas deben hacer.
Después, sentirás la intensidad de la resistencia
que sale a flote y bloquea toda posibilidad de soluciones reales
hacia la creación de un mundo que sea verdaderamente seguro
para las niñas y las jóvenes. Aun así, vuelve
a intentarlo, ¡una y otra vez!
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