El
predictor número uno de la violencia juvenil es la
violencia en el
hogar de un joven.
Kurt Fischer,
Harvard/Brandies University Study, 2002
Las
graves consecuencias de dar la espalda a la violencia doméstica
en la comunidad latina van mucho más allá
del prolongado sufrimiento de la víctima inmediata.
Aquí damos una mirada a apenas una de esas consecuencias:
alimentar las pandillas juveniles con jóvenes que
huyen de sus hogares, resentimientos y cólera.
Imaginemos
que los funcionarios, en vez de rutinariamente darles la
espalda a las víctimas que no hablan inglés,
las priorizaran. Con sólo este remedio, fomentaríamos
bienestar y salud social en los hogares, las escuelas y
las calles de la comunidad latina, en lugar del actual desastre
de discriminación y desconfianza.
En
la última década, las pandillas juveniles
se han convertido en un epicentro de consternación
en el condado de Sonoma. Los funcionarios de Santa Rosa
las han puesto en la mira como una prioridad para las fuerzas
de seguridad. Según dicen, ello no es sino un reflejo
de las preocupaciones que las encuestas comunitarias formales
revelan. Y el comisario Cogbill ha declarado, en una entrevista
en el diario Press Democrat, que las pandillas van a ser
"uno de los asuntos más significativos"
para las fuerzas de seguridad y la comunidad en los años
por venir.
El
otoño pasado, en una serie de reuniones, los funcionarios
de Santa Rosa convocaron a "cien prominentes líderes
de la comunidad" a fin de idear soluciones para la
prevención de las pandillas. El grupo trilló
en los viejos clichés: una mayor cantidad de actividades
juveniles fuera de las escuelas; involucrar a más
jóvenes, madres, padres y escuelas, así como
intervención temprana y educación en prevención.
Aun con todas las preocupaciones, las llamadas a comités
y la consternación, ¿cómo es posible
que tantos líderes locales hayan sido incapaces de
mencionar lo obvio?
En
ninguna parte de la lista figuraba un llamado a las fuerzas
de seguridad a dejar de darle la espalda a la violencia
en los hogares, y especialmente a las mujeres latinas que
son víctimas de ésta.
Pocos
hechos sociales han sido tan bien establecidos en un estudio
tras otro, o a través de simple sentido común.
El predictor número uno de la violencia juvenil es
la violencia en el hogar de un joven.
Poner
fin a la violencia doméstica debería figurar
en primer lugar en la lista para la prevención de
las pandillas. Y sobre todo en la comunidad latina, donde
la barrera del lenguaje es utilizada con tanta frecuencia
para cerrarle las puertas a la justicia.
¿Por
qué la comunidad latina? No nos equivoquemos. Ya
sea que esto se reconozca abiertamente o no, es latino el
color del enfoque en las pandillas en el condado de Sonoma.
En diciembre del 2002, de 3,200 pandilleros que figuraban
en la lista secreta de hombres nombrados en este condado,
el 80 por ciento eran latinos entre los 16 y 25 años
de edad.
Sin
duda alguna, muchas preguntas necesitan respuesta en cuanto
a la manera en que esos hombres fueron catalogados como
miembros de pandillas. Los indicadores utilizados por la
policía local son tan extremadamente amplios y dependientes
de asociación que es difícil imaginar que
cualquier joven latino que viva en un barrio latino pueda
librarse de ser etiquetado. Las listas secretas de las fuerzas
de seguridad sobre las pandillas constituyen, justificadamente,
una seria preocupación de derechos civiles.
Aun
así, sean cuales fueren las cifras reales, lo que
aquí cuestionamos es la respuesta de la comunidad
a la prevención de las pandillas.
Si
los funcionarios locales realmente quieren prevenir la violencia
de las pandillas, no pueden continuar evadiendo examinar
su propio rol en generarla. Cuando la policía se
rehúsa a cerrar la brecha del lenguaje para las mujeres
latinas víctimas de violencia doméstica, están
condenando tanto a las madres como a las niñas y
los niños de la comunidad latina a cocinarse interminablemente
en la olla de presión de la violencia en el hogar.
No existe una receta más potente para promover la
violencia de las pandillas. El control de una madre sobre
sus hijos e hijas se extingue. Y la niña o el niño
vive en una caldera de terror y miedo. ¿Puede entonces
ser una sorpresa que al llegar a la adolescencia busque
en una pandilla refugio y expresión para su cólera?
¿Dónde
está la conciencia de nuestra comunidad? Utilizamos
a inmigrantes para que generen en ella una abundante riqueza,
luego nos negamos a proveerles servicios de traducción
cuando tienen emergencias, y después actuamos como
si no pudiéramos comprender por qué los jóvenes
se tornan violentos en las calles.