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Hay un pequeño
ejercicio aparentemente simple que hemos hecho muchas veces cuando
damos talleres sobre la violencia contra las mujeres. Las respuestas
usuales, sin embargo, no son para nada sencillas. Son apabullantes
y motivo de preocupación.
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Recientemente repetimos el ejercicio en un salón de conferencias en el que había 70 trabajadoras/es sociales, defensoras/es, terapeutas y trabajadoras/es de salud mental. "¿Por qué algunas víctimas de violencia doméstica no dejan la relación?", preguntamos. "¡Digan las razones!" Como siempre, las respuestas vienen rápida y libremente. "Porque la mujer no cree que puede sobrevivir por su propia cuenta". "No tiene suficiente dinero para alimentar a sus hijos". "Se siente obligada a cumplir sus votos matrimoniales". "Es impotencia aprendida". "Ella no cree que merece algo mejor". "No sabe adónde ir". "Quiere que sus hijos tengan un padre". Yo apunto la lista ya conocida hasta que el grupo termina de compartir ideas. Y ahí, de nuevo, está el enigma. ¿Cómo es posible que a estas alturas, con este grupo - como ocurre casi con cualquier grupo - tantas personas pasen por alto lo que es obvio? Sin duda alguna, hay verdad y necesidad de remedios en cada razón enunciada. Pero la razón que debería estar al tope de la lista, la que paraliza a tantas mujeres, no es mencionada en absoluto. A menudo, las mujeres no se alejan de la violencia doméstica porque saben que al hacerlo aumentará en forma dramática el peligro de que ocurran incidentes violentos más severos. La violencia, el terror a la violencia, es una de las principales razones por la cual las mujeres no se van. ¡Y ellas tienen razón! Hecho: Cuando las víctimas de violencia doméstica intentan irse de la relación, el acecho y la violencia aumentan marcadamente conforme el perpetrador se esfuerza por recuperar el control. Hecho: La mayoría de homicidios relacionados con la violencia doméstica ocurre cuando la mujer intenta irse o después de que se ha ido. Hecho: Las lesiones de violencia doméstica más graves son infligidas a aquellas mujeres que se han separado de un perpetrador. Las mujeres conocen estos peligros. Los conocen porque ya han sufrido las reacciones violentas cuando han tratado de ser asertivas, aún mínimamente, dentro de la relación. Los conocen porque los perpetradores han proferido amenazas de lo que harán si la mujer intenta irse. "En vez de ayudarme, me hundieron aún más"Las mujeres también saben que estos peligros aumentan todavía más porque tantos funcionarios, tantos agentes que son los primeros en responder a sus llamados de ayuda y tantas cortes están en negación respecto a la gravedad de la situación de ellas. De nuevo, ellas tienen razón. A pesar de la retórica moderna acerca de que se debe tratar con seriedad la violencia doméstica, la realidad es que las protecciones cruciales que una mujer necesita cuando deja una relación siguen siendo tan precarias e impredecibles como lanzar los dados. Un agente puede responder a su llamado y ayudarla efectivamente. El siguiente podría ignorarla, burlarse de ella, subestimarla, hacer un mal diagnóstico, alejarse, culpabilizarla, llevarse a sus niños, empujarla a los servicios sociales, arrestarla, enviarla a consejería o rehusarse de una u otra forma a implementar un poder real a favor de ella, dejándola en manos de un perpetrador que ahora está más furioso que nunca. Los caminos que conducen a tantos homicidios relacionados con la violencia doméstica están pavimentados con la incapacidad de las autoridades para brindar protección. Apenas unas semanas antes de ser asesinada por el esposo del que estaba separada, María resumió sus propias experiencias, y las de tantas otras mujeres, con las autoridades. "En vez de ayudarme", dijo, "me hundieron aún más". Puedes afanarte incansablemente y con toda compasión para brindarle a la víctima trabajo social, consejería y apoyo. Pero nada de ello servirá si ignoras esta pieza esencial: la de asegurar que el sistema ponga un freno infranqueable al perpetrador y su violencia. El perpetrador continuará acechando, aterrorizando o haciendo peores cosas. La víctima seguirá atrapada en la relación violenta indiferentemente de que se mude a otro lugar o de cuánta independencia haya alcanzado. De hecho, mientras más libre ella sea, más furia sentirá él. Si miras la situación más de cerca, podrás ver que para las víctimas de violencia doméstica en realidad no es posible irse, o escapar, sino hasta que el sistema, de hecho, interfiere y efectivamente detiene al perpetrador. No existe una frontera que las mujeres puedan cruzar para escapar y estar seguras. Los perpetradores pueden perseguirlas a cualquier lugar... y lo hacen. ¡Violencia
doméstica!
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