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20 de noviembre, poniendo a un lado los sonidos galopantes de
su propio corazón, por encima del eco de las amenazas de
muerte y de ser expulsada de sus clases en la escuela secundaria
de Analy, Serena, de 16 años de edad, levantó su
mano derecha y juró decir la verdad, toda la verdad y nada
más que la verdad. Subió al estrado, trató
de estabilizar sus piernas y se preparó para testificar,
cara a cara, contra un hombre que le dobla la edad.
Jermaine Casey, de
31 años de edad, fue llevado a juicio por el secuestro,
la violación y amenazas de muerte contra Serena. De ser
encontrado culpable, ésta será la tercera vez para
Casey. En dos ocasiones anteriores ha sido hallado culpable de
violar a otras jóvenes utilizando el mismo modus operandi.
Y quién sabe a cuántas más ha aterrorizado
para que ni siquiera denuncien un ultraje.
No importaba lo asustada
que se sentía, dice Serena, ni los malos tratos que estaba
recibiendo en su escuela. Quería hacer todo lo posible
para asegurar que Jermaine Casey nunca más lastime a otra
niña.
Muchas personas adultas
se derrumbarían bajo la presión y los riesgos, y
no pocas se rehusarían a atestiguar en absoluto. Sin embargo,
en su escuela, lejos de elogiar a Serena por su cívico
heroísmo, estudiantes y autoridades por igual, paso tras
predecible paso, la han repelido. Lo mismo que se les ha hecho
antes a tantas otras jóvenes.
esterrada
de sus clases en la secundaria de Analy
Como ocurre
con tanta frecuencia cuando sale a luz un caso de violación,
un pequeño grupo de estudiantes vinculados al violador
empezó a acusar a Serena de haber mentido sobre la violación,
de haberla "deseado". La culparon de que Casey estuviera
en la cárcel. La bombardearon cada día en los pasillos
de la escuela con un arsenal de palabras que se tiene listo para
manchar la sexualidad de una joven. Le dijeron que era "una
sucia cualquiera", una "puta" y mucho más.
Con el paso de las
semanas, más estudiantes se unieron al coro de agresiones.
Por ello, Serena buscó la ayuda de su consejera escolar.
"Simplemente ignóralos", le recomendó
ésta, "y todo desaparecerá". La consejera
también le dijo: "Yo no puedo controlar lo que sale
de las bocas de otras personas". El acoso de los estudiantes
se tornó amenazante. Uno de ellos, acercándose a
Serena con una actitud agresiva, le preguntó: "¿Has
visto alguna vez un cuchillo mexicano?"
Serena se acercó
a su profesor de historia y le pidió que la excusara de
participar en una clase en la que se estaba discutiendo la violación.
" Es demasiado cercano a mi caso", le dijo al maestro.
Éste le respondió que ella debía "superarlo
y seguir adelante".
Serena acudió
a la subdirectora. Para entonces, luego de dos meses de esta situación,
las autoridades escolares estaban hartas, y dos subdirectoras
decidieron que era hora de poner fin a tales molestias. Le prohibieron
a Serena ir a cualquier lugar de la escuela donde pudiera ser
vista por los alumnos que la estaban acosando. Acusaron a Serena
de utilizar la violación como una excusa para sus problemas.
Una subdirectora la amenazó con expulsarla de la escuela.
Al día siguiente,
Serena estaba tan molesta que llevó a su madre para que
se reuniera con la subdirectora. Ésta las regañó
a ambas. "Muchas jóvenes han sido violadas",
les dijo. Y su solución consistió en colocar a Serena
en estudios independientes, de esa forma arrebatándole
aún más su derecho a una educación no discriminatoria,
precisamente el derecho que las autoridades escolares están
legalmente obligadas a proteger.
No es sólo Serena
quien ha sido víctima de las respuestas ilegales de la
escuela. A cada una de las jóvenes se le ha enseñado
sobre los peligros y la futilidad de buscar ayuda para la violación
o el acoso sexual. Y cada estudiante ha aprendido que las autoridades
escolares se sumarán fácilmente a la intención
de sacar a una joven.
a
segunda violación
Al escuchar
estas historias desde cierta distancia, la gente siempre se siente
impactada por la crueldad y la injusticia. Lo correcto que se
debe hacer es tan obvio aun sin la instrucción de las leyes
sobre derechos civiles. Los estudiantes acosadores deberían
ser investigados inmediatamente y castigados. Y las autoridades
escolares deberían entrar a las aulas y decir: "Es
hora de hablar sobre la violación, sobre el acoso sexual,
sobre los derechos de las jóvenes, sobre la justicia y
su proceso". Y tendrían que decir: "Esto es lo
que va a ocurrir si el acoso no se detiene ahora mismo".
Sin embargo, la historia
es muy diferente cuando las cosas ocurren más cerca, en
el propio círculo social, cuando una acusación de
violación enciende la inevitable furia de alto voltaje
en los amigos del violador, quienes se unen y lanzan virulentos
ataques sexistas contra la víctima. A la gente simplemente
le resulta mucho más fácil descartar a la víctima
en lugar de pronunciarse a favor de sus derechos. Aun las amistades
de la víctima guardan silencio, sin defenderla.
Este fenómeno
de abandonar, aislar y sacar del camino a las víctimas
de violación se repite una y otra vez en las escuelas y
las familias, en los lugares de trabajo y las iglesias, en cualquier
lugar donde haya víctimas. De hecho, el fenómeno
es tan común y tan devastador para las víctimas,
que en la literatura sobre violación se lo conoce como
"la segunda violación".
l
momento para enseñanzas
No obstante,
para las autoridades escolares, en particular las del distrito
escolar del condado de West Sonoma, sencillamente no hay excusa.
Durante diez años, funcionarios de derechos civiles han
llegado al distrito para aplicar la ley. Credenciales de docentes
han sido revocadas. Alumnas víctimas y defensoras de las
mujeres han protestado una y otra vez contra los abusos. Es claro
que estas autoridades escolares saben lo que está bien
y lo que está mal.
¿Cómo
es posible, entonces, que no menos de seis autoridades en este
mismo distrito escolar hayan cometido la misma crueldad contra
una alumna más que fue víctima de violación?
Dicho en una sola palabra,
es sexismo. Las inmensas desigualdades de poder entre las autoridades
escolares y una joven debilitada por la violación permiten
que esas autoridades se salgan con la suya sacrificando a las
jóvenes con más frecuencia de lo que se les pesca.
Dicho de otra forma, es su desprecio por las leyes que otorgan
derechos a las mujeres y las niñas. Y es complicidad, no
sólo con el acoso sexual, sino con la violación
misma. Si estas autoridades tomaran en serio la violación,
instintivamente se habrían acercado a Serena para ayudarla.
Habría sido imposible que la descartaran como lo hicieron.
Las apabullantes fuerzas
patriarcales que cobran vigor tras una violación y que
se confabularon para dar tal trato a Serena hacen aún más
encomiable que ella y otras jóvenes suban al estrado y
testifiquen.
También esto
debió haber sido parte de la respuesta de la escuela al
acoso. Era un momento de enseñanzas en el cual la valentía
y la conciencia cívica de una joven debieron celebrarse.
Conquistando sus propios temores, haciendo a un lado el inmenso
daño que le fue ocasionado por la escuela y sus pares,
Serena se puso de pie en una corte de ley para la protección
de todas nuestras hijas, nuestras hermanas y amigas. En las aulas,
en la ciudad y en nuestros corazones debería haber celebraciones
y canciones para Serena.
Para sugerencias sobre cómo prevenir y manejar la "segunda
violación", ver: http://www.justicewomen.com/help_special_rape_sp.html
Para una guía
sobre los derechos de las niñas relacionados con la educación
bajo el Título IX, ver: http://www.vachss.com/help_text/sexual_harass.html#resources
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